No he visto toda la filmografía de Greenaway pero puedo decir que lo que mejor se le da es hablar de pintura (que extensiblemente es hablar de representación), a lo que precisamente se está dedicando mucho últimamente.
En ese período que denominamos Barroco, y en particular en los Países Bajos, la pintura se independiza de su función religiosa y de su lugar habitual de contemplación (las iglesias) colándose en los hogares burgueses e instituciones y gestando nuevos géneros que se mantienen hasta el día de hoy. Todo esto lo explica maravillosamente Victor I. Stoichita en “La invención del cuadro”. En este período la pintura llega a un grado de autoanálisis y autoconsciencia tal que todavía hoy me sorprende que 300 años después se pudiera montar semejante revuelo en torno a un lienzo en blanco.
Dejando de lado las referencias visuales en las películas de Greenaway (como el telón de fondo de ese maravilloso retrato grupal de Frans Hals en “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”, ejercicio parecido al que hace Fassbinder con el cuadro de Poussin en “Las amargas lágrimas de Petra von Kant”) me interesa especialmente cuando esta presencia tiene que ver con lo argumental. Tanto en “El contrato del dibujante” como en “Nightwatching” lo que separa la mera representación del arte es la voluntad explícita del artífice de inmiscuirse en lo que está representando (en ambos casos con consecuencias catastróficas para el pintor).
Obviamente la clave está en que lo que el artífice quiere contar sea de relevancia para su contemporaneidad, lo que habitualmente lo convierte también relevante para su posteridad. No se trata de que todo lo que quiere contar un artista es relevante por el mero hecho de ser artista. La mayoría de las pinturas relevantes de la historia lo son porque el pintor ha excedido el encargo, y lo ha hecho con un determinado compromiso social. La osadía del Rembrandt de Greenaway (encarnado por un maravilloso Martin Freeman), tocándole las pelotas al poder, le lleva a la ruina como la osadía en la creación contemporánea suele condenar a la invisibilidad.
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